Desde hace unos meses no he podido escribir nuevos aportes en éste, mi querido blog. Hay momentos en los que las cosas no son como quisiéramos, momentos en los que la vida nos atropella, cuando la enfermedad y la perdida de seres queridos nos llegan de manera brutal, nos rompen el alma y nos sitúan en lugares y estados emocionales “inconocibles“, al decir de mi papá.
No sé si podré volver con el impetú anterior, con los mismos deseos de compartir que animaron la creación de este espacio desde su origen hace mas de un año. Lo intentaré y espero que sea medicina, consuelo y alegría.
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Gente que “jala piedras”: cuando el trabajo colectivo y el conocimiento sirven para mover grandes cosas
Hace unas semanas me reuní con unos niños que estaban preparando una presentación sobre las esferas de piedra precolombinas para una feria científica. Me hicieron una exposición sobre lo que iban a decir y me entrevistaron como experta en el tema. Los escuché, los interrumpí varias veces y no pude resistirme a preguntarles algunas cosas.
Les pregunté si ellos entendían lo que significaba que una esfera pesara dos, tres, diez y hasta quince toneladas. Les pregunté si sabían lo que era una tonelada, lo que equivalía tener 100, 150 o 250 centímetros de diámetro. Les pregunté si sabían lo duro que era un gabro o una grano-diorita, y si podían imaginarse lo que era fabricar una esfera casi perfecta usando instrumentos de piedra.
Las pobres criaturas, inspiradas por sus madres para hacer la investigación, se me quedaron mirando con cara de asombro que pasó a ser frustración, posiblemente decepción y, quizá en lo mas profundo de su inocencia pre-adolescente, rabia. No tenía derecho a preguntarles eso. Sé que los presioné. Quizá los forcé a pensar en cosas de la materia difíciles de visualizar. Es posible que me haya excedido en lo que quería transmitirles.
Trate de suavizar mi actitud y quise ayudarlos a pensar. Les dije que algo especial de las esferas precolombinas del sur de Costa Rica era que muchas de ellas pesaban mucho y que parte de lo maravilloso de estas esculturas era que habían sido trasladadas a través de muchos kilómetros sin ayuda de maquinaria con ruedas, sin caballos, ni bueyes, ni búfalos de agua, y unas pocas hasta en bote por el mar.
Les expliqué que en el Pacífico Sur, el lugar donde fueron hechas las esferas, llovía mucho; que había muchos ríos, grandes y pequeños; que era montañoso y que trasladar una gran piedra entre la frondosa vegetación debió haber sido una tarea dura que sólo con habilidad, ingenio y trabajo bien organizado se podía hacer.
Ahora que lo veo en perspectiva debí haber parecido una pastora evangélica, una pastora del culto al conocimiento de las esferas de piedra ¡Necesitaban comprender lo que significaba una tonelada en una roca esférica! Tenían que saber la verdad, iluminarse, sorprenderse, caer rendidos ante estos asombrosos objetos.
Hablé solo una vez con estos niños y sus madres. No me llamaron de nuevo y no sé como acabó su trabajo de investigación. Cuando los dejé en la heladería donde nos habíamos reunido y me fui caminando por la calle me entró un sentimiento extraño, pero nada nuevo para mí. Era el sentimiento de no tener respuestas suficientes, de no saber decir ni explicar aspectos fundamentales sobre la gente que hizo y usó las esferas de piedra.
¿Cómo explicar ese aspecto maravilloso de las esferas de piedra del sur de Costa Rica que tiene que ver con su traslado? ¿Cómo explicarle a gente acostumbrada a grúas, a medios mecánicos, algo que se dio sin que existiera lo que ahora es parte de nuestra vida cotidiana? ¿Cómo hablar de otra gente y de su manera de trabajar y de organizarse en un mundo lleno de máquinas y de artificios? ¿Cómo explicar y convencer si no tenemos talleres de fabricación de esferas documentados, si no tenemos la “fotografía” de la gente transportándolas?

Pasaron los días y mientras masticaba mis pensamientos sobre la reunión con los niños encontré una información en Facebook que me iluminó y me dio esperanza en encontrar respuestas a mis inquietudes. En la página del Proyecto Jirondai (https://www.facebook.com/proyectojirondai) se anunciaba una actividad en Amubri, Talamanca. Se trataba de la “jala de la piedra” (Ak kuk, en idioma bribri), una práctica ancestral de traslado de piedras de moler donde participa gran cantidad de gente.
En Costa Rica, “jalar” es un verbo. Se usa de distintas maneras, y la de mover cosas es una de sus acepciones. La gente jala cosas, las mueve a través del uso de la fuerza. Yo puedo jalar algo, pero entre muchos podemos jalar más. En Talamanca, los bribris jalan piedras de manera colectiva, al igual que lo hacen con otras muchas cosas.
La radio La Voz de Talamanca hacía la convocatoria para llevar una vieja piedra de moler hacia sus instalaciones. Me emocioné con la invitación, hice algunos contactos y el 27 de septiembre me fui para Amubri.
Quería ver con mis propios ojos esta práctica tradicional, documentar el proceso y encontrar argumentos para explicar el trabajo colectivo que implicó la fabricación, traslado y uso de las esferas de piedra a través de un pueblo indígena vivo. Fui hasta allá y apenas tuve tiempo para dormir una noche. Al día siguiente regresé a la casa de mis padres porque mi mamá no se encontraba bien. He tenido que ver el traslado a través de los ojos de la gente del proyecto Jirondai y de mi amigo Ricardo Araya. Es a través de ellos como sé lo que les voy a explicar.
Las piedras que trasladan los bribris son para las mujeres. Son piedras grandes para moler distintas cosas, pero especialmente el maíz que se usa en la preparación de la chicha. Su traslado sigue toda una serie de rituales y actividades que comienzan muchos días antes del traslado propiamente.

Hay personas que juegan un papel especial porque son quienes organizan el trabajo, hacen las proyecciones de lo que se necesita, convocan a la gente y montan la infraestructura del traslado, entre otras cosas.

El traslado de estas grandes piedras de moler se hace gracias al trabajo colectivo. El motor que mueve las piedras son los muchos hombros sobre los que se asientan troncos y lianas que sostienen la roca que nadie puede tocar- solo su propietaria, la mujer que escogió la piedra-.

No hay bueyes, ni carretas, ni grúas. Solo gente organizada que lo hace de manera muy alegre, que comparte y pone sus hombros.

Cruzan ríos, suben laderas, caminan entre el lodo y la vegetación tropical.La llevan a su lugar de destino siguiendo la cuerda vegetal guía que lleva la mujer dueña y sus acompañantes.

Hombres y mujeres participan en el traslado. Jóvenes y mayores. Cada uno ocupa el rol que le corresponde. Participar del traslado crea comunidad que a la vez es un requisito indispensable para hacerlo una y otra vez. No hay dinero de por medio, solo trabajo, fuerza, coordinación y experiencia acumulada. Sí, hay chicha -la bebida de maíz que fue molido en otras piedras que vivieron el mismo proceso-. También hay voces, cantos, solidaridad entre la gente; gente que se une para hacer cosas grandes; gente que se une para ser y seguir siendo.

Todos jalan para el mismo lado, y jalan lo mismo. A veces unos más que otros pero siempre con el mismo objetivo. En este caso jala mas un bejuco, una liana llevada por mujeres, que un bak-hoe o unas cadenas de acero.
Es posible que no vuelva a ver a los niños de la feria científica. Supongo que les habré aportado algo. Ellos a mí mucho. Volvieron a sembrar en mi las ganas de saber más, de buscar nuevas respuestas. En Talamanca puede que estén muchas de ellas. Habrá que ir hacia allá a buscar lo que las esferas y los sitios arqueológicos donde están o estuvieron no me puedan dar.
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Nota: Aquí pueden ver un pase de diapositivas con fotos del traslado que se hizo el 29 de septiembre. del 2013 Todas son imágenes tomadas por Ricardo Araya Rojas: http://www.youtube.com/watch?v=6XVl1ixTYPI. Le agradezco su gentileza al autorizarme a reproducirlas. Igualmente le agradezco a Luis Porras del proyecto Jirondai la autorización para usar sus fotos y el poco pero enriquecedor tiempo compartido.