Los boruca y el teñido de algodón con caracoles marinos

Los boruca y el teñido de algodón con caracoles marinos

A la memoria de Pío González

Este blog está dedicado a las esferas de piedra precolombinas. Sin embargo, detrás de las esferas hubo gente; gente indígena cuyos descendientes aún viven y mantienen muchas prácticas tradicionales. He rescatado este texto y estas imágenes de un trabajo de investigación que hice años atrás. Es un homenaje para los artesanos y artesanas indígenas que han sabido desentrañar la naturaleza y usarla de muy distintas e increíbles maneras. Esta es una de ellas.

Desde hace al menos cinco siglos, y hasta hace pocos años, cada vez que llegaba la luna menguante del mes de marzo, parte del pueblo indígena de Boruca se ponía en marcha para vivir una aventura fascinante, de la que hoy muy pocos tienen noticia.

Los boruca, quienes viven desde tiempos muy antiguos en las montañas de la zona sur de Costa Rica (Buenos Aires y Osa, Provincia de Puntarenas) tomaban sus botes de madera tallada e iniciaban un viaje aguas abajo del río Grande de Térraba para llegar a las playas de Ventanas, Piñuela y sus alrededores. Armados con madejas de algodón, bolsos, anzuelos y algunas armas de caza, estos viajeros acampaban durante unas semanas a la orilla del mar.

Ruta del recorrido desde Boruca hasta la costa del Pacífico.

Hombres y mujeres, viejos y jóvenes bruncas retornaban a una parte del territorio donde se habían movido sin barreras antes de la llegada de los españoles. En los escarpados acantilados de la costa y en los bosques enmarañados de los alrededores se proveían de sal, tintes, medicinas, resinas, moluscos, peces y otras valiosas maravillas que sólo se encontraban en esa breve franja costera.

El viaje a la costa era un momento de trabajo intenso, que rompía con la monotonía de las tareas agrícolas en la montaña. Ni bien llegaban a la orilla del Pacífico, se dedicaban a recolectar los troncos arrastrados por el mar para hacer fogatas que iluminaban las noches de campamento y cuyas cenizas procesaban para extraer sal. Después buscaban pequeños moluscos, extraían su carne y la ponían a modo de cuentas de collar en hilos; ahumaban estos collares y otras carnes de los animales cazados o pescados en el mismo viaje: sahinos, venados, tepezcuintles y todo lo que se pudiera. Había que aprovechar el tiempo al máximo. Pero también había ocasiones para la diversión: las noches que se llenaban de historias, de cantos y quizás de atrevidas aventuras a la orilla del mar.

El viaje a la costa tenía muchos objetivos, pero el principal era teñir las madejas de algodón que las mujeres habían preparado con antelación. Este era un trabajo que hacían los hombres. Se les podía ver durante las mareas bajas entre las escarpadas rocas de los acantilados, saltando de una a otra, o suspendidos en aristas de una pared de vértigo, y con una mano sosteniendo los hilos. En cualquier momento podían perder la vida por un pie mal puesto o por una traición del mar.

Don Pío González tiñendo con caracoles en Playa Ventanas, Osa, 1995

El conocimiento acumulado los llevaba a buscar dos especies de  caracoles que soltaban una sustancia blancuzca y lechosa que se convertía en morado horas después. Surem o surem-is le llaman ellos; Plicopurpura patula subsp. pansa (Gould, 1853) y Plicopurpura columellaris (Lamarck, 1816), las llaman los científicos. Son dos especies muy parecidas que viven pegadas en las rocas en las zonas donde sube y baja la marea. No sólo se encuentran en Costa Rica; se las encuentra a lo largo de la costa del Pacífico desde Baja California Sur hasta la costa norte de Perú.

Caracol usado para teñir. Playa Ventanas, Osa

En muchas partes del mundo se han usado distintas especies de caracoles para teñir. En la mayoría de los casos los moluscos morían durante el proceso, porque los trituraban para extraerles el tinte. Sin embargo, los boruca han usado una técnica de teñido directo, que consiste en extraer la sustancia tintórea del animal vivo mediante la estimulación individual de cada ejemplar.

Distribuidos entre las rocas, los hombres buscaban los caracoles, los despegaban, los sacudían para eliminar el agua salada y se los acercaban a la boca. Con la parte abierta del caracol a pocos centímetros, soplaban con fuerza suficiente para estremecer al animal escondido en el interior de su concha. El acosado animal expelía inmediatamente una sustancia lechosa, la que con cuidado de artesano era derramada sobre la madeja de algodón. “Ordeñado”, el caracol volvía al mismo lugar de donde había sido arrancado y así, caracol tras caracol, la madeja quedaba bañada en ese líquido que la convertiría en un apetecido y valioso material: algodón morado.

Caracol con el interior de su concha lleno del líquido que tiñe.

Cumplida su misión, cada hombre entregaba a su mujer las madejas teñidas. Ahora le tocaba a cada una de ellas enjuagarlas con agua salada y ponerlas a secar. Además de los caracoles, la naturaleza, ponía el oxigeno y la luz, sin los cuales no se produciría la reacción química que permitía el tinte directo y que garantizaba a los caracoles seguir viviendo y ser reutilizados tiempo después.

Madeja de algodón recién teñida con caracoles.

Después de por lo menos una o dos semanas a la orilla del mar y aprovisionados de todo lo que podían aprovechar de la costa, los hombres y mujeres boruca regresaban río arriba. Ya tenían mucho de lo que necesitaban para el resto del año y podían dedicarse de nuevo a las labores de cada uno. Las mujeres que habían conseguido teñir madejas podían incorporarla a sus tejidos o bien intercambiar parte de ellas con vecinas que no tenían la suerte de contar con marido o familiares que le convirtieran el simple algodón blanco en la valiosa fibra morada.

El hilo teñido con caracoles adquiría un valor especial dentro de la gama de colores que utilizaban las tejedoras boruca en sus telares. Además del blanco tradicional y del raro algodón café o tocolote, que también cultivaban, los tejidos se coloreaban con fibras de color verde, amarillo, azul, negro y anaranjado, todas ellas teñidas de manera natural y con  materiales conocidos y manejados desde tiempos antiguos.

El hilo morado obtenido mediante el “ordeño” de los caracoles era altamente valorado. Los boruca de mayor edad dicen que era el color relacionado con las personas poderosas. Un color que en tiempos precolombinos era usado por la gente importante al que no todos tenían acceso. En tiempo de la colonia los tejidos con hilo morado siguieron teniendo gran valor: los misioneros y gobernadores obligaban a los boruca a tributar grandes cantidades como se puede leer en varios documentos de la época.

Detalle de manta boruca con fibras moradas teñidas con caracoles. Trabajo de Doña Margarita Lázaro, 2001.

Todo lo narrado anteriormente suena a pasado remoto. Sin embargo, los boruca son uno de los seis pueblos indígenas que todavía existen en Costa Rica. En tiempos precolombinos habitaban en buena parte del Pacífico Sur, pero durante el proceso de conquista y colonización española fueron concentrados en el actual poblado de Boruca y en sus cercanías. En la actualidad, siguen desplazándose hacia la costa para teñir con caracoles. Ahora vienen  en autobús o vehículos alquilados; donde antes acampaban a sus anchas ahora es propiedad privada o zona natural protegida. No pueden cazar porque ya no hay qué cazar y porque aunque hubiera, está prohibido. La sal ya la pueden comprar en la pulpería y hay toda una variedad de hilos teñidos de manera industrial  a su disposición, siempre y cuando puedan comprarlos.

A pesar de la mercantilización y de la fuerte presión externa, las tejedoras boruca siguen cultivando su algodón, tiñendo y tejiendo. Cuando pueden, algunos hombres y mujeres se desplazan hacia la costa y tiñen unos puñados de algodón con el color que siguen extrayendo de los caracoles. Es por eso que no es extraño encontrar en tiendas de recuerdos para turistas alguna manta, mochila o un bolsito elaborado con hilos de un color morado acuoso. Posiblemente el comprador no sabrá nada acerca de esas pocas fibras y la historia que contienen. Quizás no se enteren de que los boruca, junto con los mixtecos de Pinotepa de San Luis, Oaxaca, México, son posiblemente los únicos pueblos indígenas que todavía usan el sistema de teñido directo con caracoles. Tampoco sabrán que ésta es una técnica muy antigua y que es un sistema sostenible, tanto en términos ecológicos como sociales, ya que ni muere el caracol ni mueren socialmente quienes la practican.

Nota: este texto es un resumen de los  siguientes artículos:

Quintanilla, I. 2002. “Moluscos, tintes y textiles: historia del uso del tinte morado entre las artesanas borucas de Costa Rica”. Actas de las II Jornadas Internacionales sobre textiles precolombinos (V. Solanilla, ed), Universitat Autònoma de Barcelona-Institut Catalá de Cooperació Iberoamericana, Barcelona, pp:43-59.

Quintanilla, I. 2004. “La técnica de teñido directo con caracoles: el ejemplo de los boruca de Costa Rica”. PURPURAE VESTES. I Simposium Internacional sobre Textiles y Tintes del Mediterráneo en época Romana (C. Alfaro, J.P. Wild y B. Costa, eds.), España, pp.245-252.

Aquí también está sintetizada gran parte de la información facilitada por el finado Pío González, su esposa Margarita Lázaro y otras personas de Boruca y Uvita quienes gentilmente tuvieron la paciencia y la amabilidad de orientarme en este tema.


17 respuestas a “Los boruca y el teñido de algodón con caracoles marinos”

  1. Creo que los temas no están tan separados. ¿No te parece? Tanto los fabricantes de esferas, de quienes se ha perdido la mayor parte de la información para siempre, como los ingeniosos y valientes borucas que ‘pescan’ caracoles para teñir de morado sus telas buscan algo especial. Algo único, bello, con un valor prícipalmente estético.
    En un continente donde tantas cosas que las elites blancas consideran de mejor calidad son copias de lo europeo o ‘gringo’, estas dos búsquedas de belleza y perfección son un acercamiento a lo original. Puede que me esté volando (no tomé nada), pero en ambos casos me emociona el esfuerzo por encontrar y producir lo distinto. Y también tu forma de investigar y ahora compartir. ¡Pero no soy objetivo!

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    • Gracias, Roberto. Es increíble que los boruca mantengan esta práctica de teñido. A pesar de tanta violencia cultural, económica y política hacia ellos como pueblo indígena las tejedoras siguen ahí, haciendo su trabajo, sosteniendo en muchos casos a la familia con su trabajo. Es la búsqueda de lo distinto, sí, pero más que todo es la maravillosa capacidad humana de buscar en la naturaleza, de aprender, de cuidar, de aprovechar y de transformar lo que le rodea. No dejo de sorprenderme por esto y me alegra compartir la sensación de asombro con los demás.

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  2. He trobat molt interessant aquesta tècnica de tenyir dels boruques mitjançant els líquids que extreuen dels caragols. Aquest text milloraria si el documentessis amb unes fotografies d’aquesta classe de caragols i d’alguna peça de teixit tenyida amb aquestes substàncies.

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  3. Me ha parecido muy interesante este relato, ameno e instructivo. Es una làstima que actualmente tengan tantas dificultades para practicar lo que generaciones de boruca han realizado con tanto esfuerzo y respeto por la naturaleza.

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    • Salvi: Es un problema que se deriva de la definición de territorios indígenas actuales en los que no se toma en cuenta el territorio histórico. También, es un problema generado por no haber incluido en el Plan de Manejo del Parque Nacional Marino-Ballena esta práctica tradicional y la garantía de acceso a la costa de los indígenas. Por ser una práctica sostenible y de fuerte arraigo debería estar protegida y ser parte del patrimonio cultural del país, sin embargo no se han hecho esfuerzos por darle un rango especial.

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  4. Hermoso Ifigenia: te pedimos permiso para publicarlo como una nota en Chietón Morén, bajo tu nombre, exactamente igual como está aquí… es un trabajo valiosísismo que hay que divulgar!!!! Pilar Ureña

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    • Pilar: con mucho gusto pueden usar este texto y cualquier otra cosa que les pueda ayudar a revalorizar el trabajo artesanal indígena. No sé si tienen alguna pequeña biblioteca o un centro de información en la tienda de Chieton Moren. Si lo tuvieran puedo enviarles toda una serie de artículos en pdf de contenido más científico sobre este tema. Muchos saludos,

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  5. El «murice » . Recuerdo un texto en mi libro de segundo grado ( año 63 ) donde se explicaba acerca del caracol y su tinta , en el apartado de » La vida en las costas de CR » . . Nunca más volví a saber del tema , hasta ahora . No recuerdo el nombre del libro . Nunca más volvía a ver otra edición .

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  6. Hola, te escribo de México del parte del Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes, llevamos Patrimonio Cultural Inmaterial y me gustaria poder ponerme en contacto contigo para platicar sobre esta asombrosa técnica.
    Mi correo es amunoz@conaculta.gob.mx y soy Ana Luisa Muñoz David.
    Quedo atus órdenes.

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  7. me gustaría que investigara mas, el relato no se ajusta a la realidad de como se practicaba antes la travesía que usted menciona ya que no eran todos los que podían hacerlo

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    • Lamento mucho si para usted el relato de la travesía no se ajusta a la realidad. Yo basé este texto en información recopilada con don Pío González y doña Margarita Lázaro hace muchos años. Si usted quisiera agregar mas información sobre esto se lo agradecería. Lo importante es recuperar y revalorizar esta práctica ancestral. Saludos.

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  8. Hace tiempo escuché que los indígenas usaban caracoles para teñir sus tejidos y siempre me había preguntado como lo hacían. Me parece increíble el trabajo que conlleva esa tarea no sólo desplazándose largas distancias hasta la playa sino también la forma como extraen el tinte, me pregunto ¿cuántos caracoles necesitan para obtener una cantidad significativa y poder teñir una prenda?, ¡vaya trabajada!.
    Sinceramente me gustó muchísimo el artículo, gracias.

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